Los Ejércitos Libertadores por Elias Pino Iturrieta.
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En el primero de los Considerandos del Decreto se estrena el Presidente con una perla. Afirma que el 19 de abril ocurrió "una alianza de los mantuanos con las milicias de pardos". A la afirmación la ha precedido un conjunto de textos escritos por historiadores que simpatizan con la "revolución", a través de los cuales se ha mostrado cómo algunos mandos de las tropas de morenos obedecieron las órdenes de los conjurados o movieron sus piezas contra la autoridad de Emparan. Debió suceder así, pero sólo en situaciones contadas que no permiten una generalización, mucho menos una declaración tajante como la expuesta en el comienzo del documento, cuyo contenido remite a un acuerdo entre los aristócratas y los soldados procedentes de las "castas" que jamás existió. El redactor del Decreto olvida la molestia que causó entre los blancos la creación de las milicias de morenos llevada a cabo por el rey en las postrimerías del siglo anterior, y los epítetos injuriosos que desembucharon ante el desfile de uniformados y abanderados que les parecían insulto e irrisión por el color oscuro de su pellejo. No fueron pocos los mantuanos que amenazaron con retirarse del Real Ejército, para que no los confundieran con esas insólitas compañías de mestizos sin honor ni disciplina con cuya creación los avergonzaba la monarquía. Las querellas de la época se alimentaron de la odiosa distancia que pretendían imponer los oficiales blancos ante lo que consideraban como una comparsa de advenedizos capaces de destruir el paraíso que dominaban en exclusividad, testimonios de un volumen tan abrumador que resulta imposible su inadvertencia.
Las afirmaciones sin fundamento tienen un objetivo: presentar a las fuerzas armadas de la actualidad como hijas de un proyecto político sin fisuras ni dudas, que arranca con la Independencia y ahora la sucede en una misma faena de revolución y transformación. Pero, para desdicha del propósito, el Decreto es una conjunción de olímpicas pamplinas. Media Venezuela, o quizá más de media, se opuso a la Independencia. Al principio sólo un fragmento de pueblo apoyó a los insurgentes, porque el resto gritó y luchó y se mató por Fernando VII. Entre ese resto deben incluirse numerosas comunidades indígenas, así como no pocos esclavos cimarrones quienes no simpatizaban con la idea de un gobierno dirigido por los amos que antes los flagelaban en sus haciendas. Si hasta María Antonia Bolívar fue seguidora de la Corona, ¿por qué el empeño de cubrir a toda la sociedad de la época con el manto de la rebeldía? Si uno de los enemigos empecinados de la emancipación fue el indio Reyes Vargas, hasta que cambió de opinión y de bando, ¿por qué insistir en el tema de la resistencia indígena como parte de la guerra contra España? Porque le interesa al redactor del Decreto, cuyo piso sostenido en el presente es excesivamente precario. De allí la necesidad de buscar soportes en el pasado, de modificar a la brava la memoria de la sociedad para ver si puede soportar lo que le sucede. De allí la fabricación de un nuevo Ejército Libertador Bolivariano Revolucionario Insurgente y Patriótico, como el de los próceres fundadores. De allí la proclamación de una paternidad debido a la cual no deben abundar las reticencias por lo mucho que lograron en su momento quienes la representan. Es una lástima que el Decreto No. 8.395 haya sembrado de manera tan deplorable el árbol genealógico.