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jueves, 14 de junio de 2012

Historia y Tradición /
 “Carta de la viuda de  Antonio José de Sucre,  al Asesino”
 
Gral.  Eumenes Fuguet Borregales
 
El general en Jefe Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, “el prócer más puro de la independencia americana” y “El Caballero de la Historia”, cuando se dirigía desde Bogotá a encontrarse con su familia en Quito, fue vilmente asesinado en las montañas de Berruecos al sur de Colombia el 4 de junio de 1830. Deseaba llegar al hogar antes del 13 de junio día de San Antonio, su patrono. Su viuda, Doña Mariana Carcelén y Larrea, Marquesa de Solanda y Villarocha,  nacida en Quito el 27 de Julio de 1805, hija legítima de Felipe de Carcelén y Sánchez de Orellana, Marqués de Solanda y de Villarocha, Teniente de la Cancillería de la Audiencia, Alcalde Ordinario de primer voto del Cabildo de Quito, y de Teresa de Larrea y Jijón, naturales de Quito. Mariana y Sucre casados por poder  el 20 de abril de 1828, justamente a  dos días de haber sido herido  en un atentado en Chuquisaca. En 1829 nace Teresita su única hija. Al enterarse Mariana por parte del fiel ayudante el sargento Lorenzo Caicedo sobre el vil asesinato del “Abel de América”, le escribe una carta al asesino intelectual, el general José María Obando, natural de Pasto-Colombia, con unas sentidas palabras, las cuales por su hondo contenido humano transcribimos a continuación: 
“Estos fúnebres vestidos, este pecho rasgado, el pálido rostro y desgreñado cabello, están indicando tristemente los sentimientos dolorosos que abruman mi alma. 
Ayer esposa envidiable de un héroe, hoy objeto lastimero de conmiseración, nunca existió un mortal más desdichado que yo, no lo dude, hombre execrable: la que te habla es la viuda desafortunada del Gran Mariscal de Ayacucho. Heredero de infamias y delitos, aunque te complazca el crimen, aunque él sea tu hechizo! Dime, desacordado, ¿para saciar tu sed de sangre era menester inmolar a una víctima tan ilustre, una víctima tan inocente?, ¿ninguna otra podía saciar tu saña infernal?  Yo te lo juro, e invoco por testigo el alto cielo.
 “Un corazón más puro y recio que el de Sucre no palpitó en pecho humano”. Unida a él con lazos que solo tú, bárbaro, fuiste capaz de desatar; unida a su memoria por vínculos que tu poder maléfico no alcanza a romper. No conocí en mi esposo sino un carácter elevado y bondadoso, un alma llena de benevolencia y generosidad. Más yo no pretendo hacer aquí una apología del general Sucre; ella está escrita en los fastos gloriosos de la Patria.
 No reclamo su vida, pudiste arrebatarla, pero no restituirla, tampoco busco la represalia. Mal pudiera dirigir el acero vengador la trémula mano de una mujer. Además, el Ser Supremo, cuya sabiduría quiso por sus fines inescrutables consentir en un delito, sabrá exigirte un día cuenta más severa. Mucho menos imploro tu compasión, ella me serviría de un cruel suplicio. Sólo pido que me des las cenizas de tu víctima. Si dejas que ellas se alejen de esas tórridas montañas, lúgubre guarida del crimen y de la muerte y del pestífero influjo de tu presencia, más terrífica todavía que la muerte y el crimen. Tus atrocidades, hombre inhumano, no necesitan nuevos testimonios. En tu frente feroz está impresa con caracteres indelebles la reprobación del Eterno.
 Tu mirada siniestra es el tósigo de la virtud, tu nombre en el epígrafe de la iniquidad y la sangre que enrojece tus manos parricidas, el trofeo de tus delitos, ¿aspiras a más? Cédeme pues los despojos mortales, las tristes reliquias del héroe, del padre y del esposo, y toma en retorno las trémulas imprecaciones de su Patria, de su huérfana y de su viuda”.
El 16 de julio de 1831, Mariana  contrajo nuevo matrimonio con el General Isidoro Barriga y López de Castro, quien fallece en mayo de 1850. La joven viuda del gran mariscal de Ayacucho mantenía correspondencia con el Libertador y con los familiares de “Nuestro ilustre paisano”; Jerónimo la trataba de hermana, por ser lo único que le quedaba de su hermano Antonio. Doña Mariana falleció el 15 de diciembre de 1861 contaba 56 años de edad; fue enterrada en la iglesia del Tejar. En Valencia se  encuentran residenciados distinguidos descendientes de la familia Carcelén, que honran la noble hidalguía y memoria de Doña Mariana

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